Transitando el Divorcio
La Calle del Divorcio queda exactamente en el barrio La Candelaria, en Bogotá, Colombia. Su nombre es intrigante pero, ante las consultas realizadas, no hay una sola teoría sobre su origen. Como se dice popularmente, “hay varias campanas”. Así también sucede cuando una pareja llega a su fin. La historia contada depende del protagonista. Nunca hay uniformidad. Ni siquiera una sola verdad o realidad. Los relatos construyen y se acercan tímidamente a lo que efectivamente fue. Lo único cierto es el desenlace, producto del desamor, sin importar demasiado si fue una lenta agonía o una circunstancia puntual, abrupta, lastimosa o indolente.
Pero regresando a esa angosta calle, una de las versiones es que durante la época del Virreinato, funcionó allí, en donde ahora está la Alcaldía Mayor, la cárcel de mujeres. Las gruesas paredes concretaban una separación real, sin luz y tras las rejas de los amores caducos. Una curiosidad es que en muchos casos, no habían sido las ellas las culpables sino que, sólo por su condición de género, percibían la misma condena que sus maridos, los verdaderos autores de los delitos imputados.
Otra de las versiones, es que hace muchos años atrás, la calle era un mercado de trabajo de mujeres que ofrecían su cuerpo y tal vez alguna algo más, a cambio de unos cuantos pesos colombianos. Esa circunstancia, corroborada “in situ” en el empedrado caliente por más de una esposa desconfiada, sólo ameritaba el divorcio como resultado del transgredido acuerdo conyugal.
La última y tal vez más esperanzadora y reciente versión es que toda pareja que discuta transitando la colonial calle, por ánimo de los espíritus y tal vez de cupidos que quieren trabajar y cumplir su cometido, se arreglan y hacen las paces. Enhorabuena si esa fuese la que más consenso tuviera. Por la esperanza de que triunfe el amor. Como en las telenovelas. El universo del trillado pero inequívocamente deseado y archiaplaudido final feliz.
Pero regresando a esa angosta calle, una de las versiones es que durante la época del Virreinato, funcionó allí, en donde ahora está la Alcaldía Mayor, la cárcel de mujeres. Las gruesas paredes concretaban una separación real, sin luz y tras las rejas de los amores caducos. Una curiosidad es que en muchos casos, no habían sido las ellas las culpables sino que, sólo por su condición de género, percibían la misma condena que sus maridos, los verdaderos autores de los delitos imputados.
Otra de las versiones, es que hace muchos años atrás, la calle era un mercado de trabajo de mujeres que ofrecían su cuerpo y tal vez alguna algo más, a cambio de unos cuantos pesos colombianos. Esa circunstancia, corroborada “in situ” en el empedrado caliente por más de una esposa desconfiada, sólo ameritaba el divorcio como resultado del transgredido acuerdo conyugal.
La última y tal vez más esperanzadora y reciente versión es que toda pareja que discuta transitando la colonial calle, por ánimo de los espíritus y tal vez de cupidos que quieren trabajar y cumplir su cometido, se arreglan y hacen las paces. Enhorabuena si esa fuese la que más consenso tuviera. Por la esperanza de que triunfe el amor. Como en las telenovelas. El universo del trillado pero inequívocamente deseado y archiaplaudido final feliz.
Comentarios
lindisimo texto Ana...se viene la Ana Folletín? Lean
Besos divina