La media naranja

Pero volviendo a
lo importante. Ella quería salvar la dignidad de la naranja que se disponía a
comer. Y que no quedara esa deliciosa fruta como parte del combo de la
tristeza. Se había enterado que esa variedad, la de ombligo, era una mutación
que se había producido en un monasterio brasileño alrededor de 1820. Además,
estaban la llamada persa o amarga, la dulce -con origen en la India y llevada
hacia el Nuevo Mundo por comerciantes portugueses- la valencia, perfecta para
jugos y la de sangre, con líneas rojas en su cáscara y muy poco difundida en la
geografía americana. La denominación provenía del sánscrito, narang y su nombre científico era citrus sinensis. La amarga y única
conocida hasta la Edad Media en Europa, recibía el nombre de citrus aurantium. Miró el reloj una vez
más. Siempre había sido ansiosa, impaciente, intolerante. ¡Quién la ha visto y
quién la ve!! Ahora el amor la ponía a prueba. Podría decirse que casi había
aprendido a comulgar con la filosofía zen y el ommmmm formaba parte de su nuevo
diccionario. Mentira. Ni ella ni nadie se lo creerían. Tomó un cuchillo y con
todo el tiempo del mundo, peló lentamente la fruta recordando que esa pequeñez
de 10 gajos, le iba a aportarle vitamina C, componentes antioxidantes, antitumorales,
antiinflamatorios y anticancerígenos. ¿Qué más se le podía pedir a esa
maravillosa y simple esfera comestible? Miró el cielo. La luna estaba en todo
su esplendor y la noche estrellada y fría. Horario post-cena. Demasiado tarde. ¿Para
qué? Para su escasa paciencia. Lavó el cubierto y el plato. Volvió a sentarse y
comenzó a revisar la pulcritud de sus uñas. El esmalte era algo oscuro, morado,
pero estaba bien para el invierno. Un motor se detuvo en la puerta. Escucha
atentamente. Va hacia la mirilla. Detrás de la puerta, anulando espera,
ansiedades y tiempos vacíos, toca el timbre él. Abre la puerta sonriente y
aliviada. Es su media naranja. ¿Variedad? Ni persa, ni dulce, ni de ombligo, ni
valencia o de sangre: hombre.
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