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Domingo
Para la liturgia cristiana es
el primer día de la semana. Para descansar. De qué o de quién cada uno sabrá. Y
todo esto hasta el atardecer en donde, la amenaza del cercano lunes, deprime a
más de uno. ¿Qué se hace? ¿Qué se come un domingo? Los tiempos han cambiado y
no poco. Desde La Familia Ingalls con la
asistencia ineludible a la misa mañanera hasta Los campanelli o los Benvenuto
con la típica reunión familiar, ravioles, tallarines o asado de por medio. Muchos
ingredientes se han modificado con los años. ¿Sigue estando lo casero,
elaborado por abuelas o madres? El asado siempre fue territorio masculino.
Aunque tengo varias amigas que destronan, por mayoría del jurado, a sus parejas
en ese quehacer. Todo se ha licuado. Nada es lo que era. Tal vez mejor. Tal vez
peor. La familia cambió. Menos integrantes, monoparentales, ensambladas. Y
también están las que se podrían llamar clásicas pero que aceptaron que no vale
la pena reunirse “ineludiblemente” soportando a familiares directos o políticos
por ningún tipo de formalidad de sangre. Ya basta de ñoquis atragantados para
guardar las formas. Tal vez por eso mismo, la familia se replegó, se guardó en
formas más simples, acotadas y siguiendo más que la tradición, el deseo de
elegir con quién se comparte la mesa. Y hay otros saltos y prácticas. Un
restaurante servía en sus orígenes para restaurar fuerzas, continuar. Casi un
territorio exclusivo de viajeros, trashumantes y comerciantes. Luego fue otra
cosa. Y en esto de con quién compartir están hace unos años los llamados “a
puertas cerradas”. Paladares le dicen en Cuba. Muchas veces las casas de los
propios cocineros. Espacios acotados, pocas mesas y muchas veces, una sola para
todos los que, en ese día y horario -y
tal vez por única vez en su vida-compartirán un menú prediseñado. Es un canto
al anonimato gourmet. Ni familia, ni amigos. Una aventura gastronómica
circunstancial. ¿Por qué se elige esa modalidad? Difícil de responder con
certeza. Faltan estudios sociológicos apropiados. Tal vez porque es un mix entre la multitud de un típico
restaurante y lo privado de una casa. Guarda algo de ambos espacios. Y no es
ninguno. No está la carta entera disponible, sólo algunos platos o un menú
fijo. No es el comedor o la cocina de mi familia o amigo. Pero es una casa. No
cocina ni mi madre ni mi abuela o papá. Hay un chef. Que sólo cocinará para
nosotros. Un nosotros que seremos los que reservemos sin conocernos de
antemano. Y habremos pagado pensándonos exclusivos. Le decimos no a la
masividad y corremos detrás de cada nueva tendencia. Que también termina siendo
multitudinaria aunque menos visible. Pero volvamos a las prácticas de un
domingo al mediodía. ¡Attenti pastas
y asado!! Hay otro integrante para destronarlos. Y no son los precios casi a
cotización oro de los cortes vacunos. Que el amigo Samid trata de hacer puré
con su adalid, “La lonja”. O Lucchetti, la
marca de mamá, de origen chileno, que da pelea embuchando los mayores premios
nacionales e internacionales en creatividad publicitaria. Aunque muchos dirán
que prefieren Matarazzo, San Vicente, Vizzolini, Aitala o la fábrica de la
esquina de su casa. El nuevo integrante -¿intrusivo?- del menú dominguero es el
brunch. No es un almuerzo. Podría
definirse de varias maneras. Pero me atrevo a decir que es un desayuno
agrandado, en horario tardío: café, té, leche, jugos, licuados, frutas, quesos,
muffins, tostadas, medialunas,
dulces, manteca, cereales, sándwiches, huevos, embutidos, ensaladas y hasta pescados
o sopas. ¿Ingesta anodina? ¿Completa? Hay para todos los gustos. Está y se
consume. ¿Una práctica muy citadina o hasta sólo palermitana? No se sabe. Una
costumbre anglosajona que ingresó en Estados Unidos en 1896, mezcla de breakfast y lunch. ¡Brunch! No
te imagino en familia. No en la mía que tampoco es lo que era. Que hace muchos
años se despidió de los aromas de pastas y salsas caseras. Que a veces revive
el asado, invocando el recuerdo de varios que ya no están. Cuando los ñoquis
atragantados dieron paso a verdades que hicieron explotar la marea tranquila
que preanuncian los tsunamis. Y fueron cacerolas al aire. Figuradamente y no
tanto. Domingo al mediodía. Ya no sos mi Margarita. Y tampoco está mal.
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