Recetas diferentes - Aprendiendo a cocinar

Cuando leo avisos anunciando Sea Chef o Especialista en arte culinario o Cocinero Profesional, no puedo dejar de recordar a mi abuela.

Dale abuela, decime cómo se hace esto, le pregunto saboreando un coscorrón o chicharqueada.
Se acerca ofreciéndome un mate con cascarita de naranja y me dice:

Es fácil, mezclás partes iguales de harina común y leudante. Ponés todo en la mesada, le echás un poco de sal, hacés un hueco en el medio, le agregás un huevo y tomás la masa con vino tinto hasta que formes un bollo.

Se da vuelta hacia la cocina y me deja en suspenso por unos minutos. Es el momento de poner los fideos en la sopa, la comida preferida de mi abuelo. Se le empañan los anteojos con el vapor, revuelve con el cucharón, se alisa el delantal, me mira y sigue.

Después agarrás bollitos no muy grandes, los estirás como si fueras a hacer ñoquis, los cortás chiquitos, del tamaño de un dedal, los freís en aceite bien caliente. Cuando están listos todos, bien escurridos, los ponés en una olla con mucha miel tibia, los revolvés, los sacás y listo.

La sopa está a punto. Mi abuela apaga la hornalla y me da otro mate anaranjado. Me siento tan bien...

Ella no fue cocinera profesional, ella cocinaba para toda la familia. No tenía un certificado o título enmarcado y colgado, lo que sabía, lo había aprendido de mi bisabuela Victoria y lo ofrendaba cada mediodía o noche.

Me cuesta equiparar la enseñanza de la cocina que tuve con mi abuela con la de cualquier instituto. Fui una privilegiada.

Para mí no hubo técnicas ni procedimientos. Viví y toqué los manjares desde su nacimiento, con indicaciones rodeadas de aromas, temperaturas varias, ruido de utensilios, colores diversos, mangas arremangadas, jarras medidoras y relojes grandes y redondos.

Mi abuela era la dueña absoluta de la cocina durante la mañana. La habitaba toda. Se ponía el delantal majestuosamente y se entregaba a su alquimia a fuego lento.


Qué provocación irrefrenable a la degustación era transitar el pasillo que llevaba de la vereda al porche de ingreso de su casa. Diversos olores, afrodisíacos al paladar, penetraban por la nariz emocionada y apresuraba los pasos.

A la tarde, mi abuela abandonaba el santuario. Como un rito, el delantal era reemplazado por algún vestido "para la tarde". Con un entusiasmo quinciañero se emperifollaba, coqueta. El perfume y el rouge bordò le daban el toque final. Mañana y tarde, dos momentos y dos mujeres en una.

Es probable que mi cocinea más ancestral no conociera todas las técnicas culinarias. Pero me legó lo más importante: el amor a la cocina, el corazón, frío o caliente, de toda casa.




Comentarios

Anónimo ha dicho que…
En la nota, la Abuela "genia" que cocinaba y tenia hijos, les enseño a sus hijas que debian " cambiar ", y a su vez estas a sus hijas que con el tiempo, terminan valorando lo basico.... y las nietas al final no saben que quieren. Roberto
M. ha dicho que…
Que bello relato Ana. Cariños, Malena

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