Estancia La isolina: descanso reparador en el medio de la pampa

"¿Los están esperando? Tengan cuidado con el perro". Así nos aconseja un gaucho que va cruzando la calle de tierra y nos indica dónde está la tranquera de entrada de La Isolina, una estancia ubicada a 17km de la ciudad de Olavarría.
El perro, de raza ovejero alemán se llama Simón y hace una recepción intempestiva hacia los visitantes, mezcla de juego e intimidación, torpeza y curiosidad adolescente. Intenta ser feroz pero sólo consigue ser adorable, aunque por su volumen invite a la distancia.
El dueño del establecimiento lo confina a la caja de una camioneta y él se queda mirando y aceptando que ha quedado, al menos por un rato, expulsado de la escena.
El casco de estilo inglés es imponente desde el camino de acceso. Fue construido en 1920 como residencia de verano por Esteban Juan, el abuelo del actual propietario, Jorge Louge. “El ya era un nuevo rico, a diferencia de mi bisabuelo, Etienne que vino a los 14 años de Francia, un inmigrante que trabajó duro para lograr la prosperidad”.
El living de La isolina tiene todo para gratificar y exaltar el placer de los sentidos. En un día muy frío, una chimenea crepitante, mullidos sillones, una mesa ratona con múltiples libros turísticos, cuchillos de oro y plata, cuadros, portarretratos varios, un antiguo carro de bebé y al fondo, una escalera ascendente que promete mucho más.
Maria Argañaraz de Louge es el alma mater de La Isolina y nos introduce en qué es y no es La Isolina: “Es una casa de familia, no es un hotel”. Esta es la primera afirmación que reitera a lo largo de la charla.
En el año 1996, el campo estaba en una situación de crisis, la producción no estaba bien y a mi se me ocurrió, como en muchos ejemplos de Europa, proponer mi casa para hospedaje. La modalidad no estaba instalada, había poco turismo receptivo, con el 1 a 1 la gente viajaba al exterior y viajar en el paìs era muy caro. No tuve mucha aceptación en las agencias que visité en Buenos Aires hasta que en una de ellas, dos chicas muy jóvenes empezaron a enviarme huéspedes.”
El primer huésped fue un chico argentino que vino a pasar unos días con su flamante esposa y sus consuegros, todos ellos canadienses. Antes de irse yo le pregunté su opinión, si estaba conforme con el servicio, si le faltaba algo. Al tiempo, recibí una encomienda con una nota de él que decía “María esto es lo que te faltaba”, fue el primer libro de huéspedes que tuve, él me lo envió”. Los actuales libros están forrados en arpillera y cuero con el isologo de la estancia que también es la marca del ganado del establecimiento y se repite en las sábanas, en las toallas, en los shampués y en los acondicionadores. Y Maria aclara, “Lo único que tiene La isolina de hotel son los amenities”.
La isolina está a 345kilòmetros de Capital Federal, pertenece a la Red Argentina de Turismo Rural y presenta diferencias sustanciales en comparación con otros lugares para alojarse. María afirma “Yo no por vender y tener un huésped más voy a prometerle algo que no le voy a dar. No tengo ni yacuzzi, ni frigobar, ni siquiera luz”. La iluminación se efectúa acudiendo a un grupo electrógeno, lámparas con aceite para los baños y modernísimas lámparas de leds que cada persona lleva a su cuarto, a modo de super linterna personal. En todo el establecimiento sólo hay un televisor antiguo y un DVD, “por si llueve, nadie viene acá a buscar eso”, aclara Maria. No hay Internet todavía y el gas es de red, envasado. Hasta hace poco tiempo atrás, tanto la calefacción como la iluminación se efectuaban con estufas y lámparas de kerosén.
El turismo rural se presta mucho para la familia. Nuestro fuerte son las cabalgatas y la comida. Mi esposo Jorge se encarga de las cabalgatas, para los principiantes, para los más avezados, hay de todo. Yo me encargo de la comida con mi mano derecha, Mirta. Las recetas son todas caseras, de la familia, hago desde el dulce de leche hasta la mermelada de arándanos, de frambuesa. Siempre le pregunto al huésped cuando hace la reserva, qué le gusta. Imaginate que acá no podés salir a comprar, es lejos, tenés que tener las cosas previstas”.
Las especialidades gastronómicas de la estancia, además del típico asado, son las sopas cremas de verdura, los guisos de lentejas, los de fideos y hongos, el pollo al horno de barro. Para el momento del postre se destaca el tiramisú, la tarta de frutas, el mousse de limón. A su vez, los desayunos y meriendas invitan a deleitarse con tortas fritas, dulce de leche casero, pastafrola de frambuesas, de peras y alfajores de maicena.
Los actuales turistas que arriban a La isolina son un 50% argentinos y un 50% extranjeros, especialmente europeos. Maria, quien domina el idioma inglés e italiano y su esposo el francés, se ha capacitado en Gestión de negocios, Costos, Turismo, Primeros auxilios y todo huésped que esté en el establecimiento cuenta con un seguro médico, el mismo para todas las estancias turísticas del país.
El mundo que propone La Isolina, además de las confortables y bellas instalaciones interiores para un máximo de 14 personas, consiste fundamentalmente en el intercambio con la naturaleza circundante. El arroyo Tapalqué atraviesa las 5 hectáreas de parque y permite pescar o andar en canoa, se pueden realizar cabalgatas, paseos en carro, visitar los gallineros, disfrutar de una importante pileta durante el verano, matear bajo los árboles, observar el ordeñe de las vacas, las carneadas o bien la marcación del ganado en la manga. Maria afirma, “Los huéspedes le ponen valor a nuestras actividades habituales, uno revaloriza su propia tarea, la cosa de todos los días, la recolección diaria de los huevos, el armado de los rollos de fardo, el darle la mamadera a algún ternero guacho”.
La Isolina, un emblema imponente de la historia de nuestro país, producto y ejemplo del esfuerzo de Etienne, un inmigrante francés, sostenida por sus herederos y reconvertida a partir de una crisis del campo. Otra. La de la década de los 90. El celular de Maria recibe un mensaje y lo lee. “Disculpame, me tengo que ir a la ruta”. Es el día número 95 de otra crisis que podría sintetizarse, a riesgo de ser muy reduccionistas en la palabra “retenciones”. La entrevista se terminó.

Rancho aparte.
El rancho, ubicado a 30 metros del casco principal de la estancia, acaba de ser reciclado y data de 1850. Era el hospedaje de los peones solteros, con baño afuera y un imponente fogón matero. Ahora se ha reconvertido en el lugar de encuentro para degustar los asados puertas adentro y en cercanía de las brasas. Una de las habitaciones se transformó en una improvisada pulpería con una barra, bebidas licorosas, fotos antiguas, juegos de mesa, un metegol para los más chicos y una interesante vitrina que ofrece a la vista, armas y utensilios de los antiguos habitantes de la zona, los indios pampa.

Ultima cocarda
“No quiero que sea un hotel, no quiero que se pierda la calidez de llegar a una casa. Les ofrezco un lugar agradable, una casa cálida, es una casa de familia, no es un hotel de campo. Les ofrezco descansar, tengo una buena biblioteca, una chimenea siempre prendida, un tiempo para disfrutar y descansar con calidez, un tiempo que por ahí en otro lugar no tienen”. Seguramente por todo esto que ofrece y por mucho más, La isolina acaba de ser galardonada el 4 de junio como la mejor estancia del 2008 por la revista Lugares.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me gustó mucho la nota, los precios no son accesibles pero las fotos seducen!! Saludos , Ariel
Anónimo ha dicho que…
Hola Ana

Me encanto lo de la Isolina, y es muy lindo la narracion. Luis

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