La catedral de Quasimodo


Ya desde la explanada se lo busca. A la derecha del pórtico de entrada, muy cerca, el Sena incrementa el casi perfecto paisaje parisino. Pero no aparece.
Una última mirada exterior, antes del ingreso, se dirige a esas dos torres de 69 metros de altura cada una y al rosetón central, tipico del gótico.
Es Notre Dame, la catedral de París.
El acceso, como siempre, es multitudinario. Se escuchan palabras y exclamaciones en casi todos los idiomas del mundo. Las zonas de penumbras, interrumpidas por pequeñas velas amarillas compradas a cinco euros, incitan a continuar la búsqueda. Pero tampoco está allí ni detrás de las gigantes columnas o de los balcones superiores, no habilitados al público. Tal vez esté escondido en alguno de los campanarios, los lugares más conocidos por el jorobado. Es que Notre Dame no es Notre Dame sin Quasimodo. Y en el medio del recogimiento al que invitan la arquitectura, la música tenue, el rezo de rosarios a cargo de algunos fieles y las íntimas plegarias, la ficción y la realidad se mezclan. Y la pretensión es verlo, con su andar irregular e inmortal. Y cruzar una mirada con él y que resulte ser tan real como las piedras inaugurales del edificio, que datan de 1163.
Pero no se lo vislumbra. Victor Hugo le dio vida en la novela romántica Nuestra Señora de París, escrita en 1831. Una trágica historia de amor ambientada en la sugestiva Edad Media. Y a partir de alli, fue y es el habitante mas famoso del templo.
En el medio de flashes, imágenes religiosas, folletos, carteles de ofrendas por varios euros y el deambular incesante de turistas, la búsqueda continúa. El recorrido interior finaliza y el resultado es adverso.
Pero hay otra y tal vez, última posibilidad. Por el ala izquierda, exterior a la catedral, se pueden subir 400 pequeños peldaños no aptos para cardíacos. Hacia allí se va con la fe o el ateismo a cuestas. Pero Quasimodo no aparece ni en los estrechos descansos, ni detrás de la imponente campana Emanuelle o de las quimeras que dominan y observan el mundo terrenal desde las alturas. La busqueda finalizó. Todo recorrido permitido se realizó. Era un juego. Con sus misterios y secretos ocultos, Notre Dame ganó.

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