La fiesta de los muertos


La vida es circular. De círculo y de circulación. Es imposible parar el tiempo y los ciclos se cumplen inexorablemente. Muy a pesar de fantasías e innumerables ficciones sobre la búsqueda de la vida eterna y de la inmortalidad. Imposible para el cuerpo. Religiones, sectas, diversas creencias y teorías pueden afirmar un destino diferente para el alma o espíritu. Forman parte de las grandes incógnitas de la vida humana. Para contrarrestar la impotencia de saber que se ha nacido y se morirá, el Día de Muertos, invita a jugar con la muerte. Y en México esta festividad es más que trascendental, término nunca mejor utilizado.
En el país azteca la celebración, presidida por Mictecacihuatl, diosa de la muerte, se remonta a más de tres mil años de antigüedad. Herencia de tradiciones de los pueblos Olmecas, Zapotecas, Mixtecas, Mexicas, Purépechas, Totonacas y Mayas. La fecha era a fines de julio para el calendario solar azteca, a principio de agosto para el gregoriano y luego, los sacerdotes españoles, determinaron que fuera en noviembre, en coincidencia con la festividad del Día de Todos los Santos y Fieles Difuntos de la religión católica.
En los dos primeros días de cada noviembre se supone que el o los muertos de cada familia regresan a la tierra. Es un reencuentro con sus seres queridos quienes, en su honor, armarán un altar en su hogar con flores de colores brillantes –preferentemente crisantemos y cempasúchil- con comidas y bebidas que habían sido de su preferencia, con cigarros, inciensos, fotos y varios de sus objetos personales predilectos. Esta es una posibilidad. Otras familias se trasladan a los cementerios, limpian y adornan profusamente las tumbas, allí comen, narran anécdotas familiares y dialogan –sin dudas de una manera particular- con su deudo itinerante.
En las calles, los vendedores ambulantes ofrecen cráneos de azúcar, amaranto y chocolate, cepmpoalxóchitl o flores de muerto y pequeñas parcas de juguete, hechas de plástico, cartón o alambre. En las panaderías, ambientadas con pinturas alusivas a la ocasión –calaveras, panteones y cruces- se puede comprar y degustar el tradicional y delicioso pan de muerto.
Dos días por año: el 1 y 2 de noviembre. Dos días para confraternizar con la muerte. Para decirle, “por ahora, yo estoy acá”. No quiero altar ni flores brillantes. Quiero disfrutar y comer pan de muerto, gozando de buena vida. Y hasta cocinarlo. A apurarse y a comprar los ingredientes ya!! La parca no avisa. Porque a pesar de cualquier intento humano amistoso, siempre traiciona!

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