La media naranja



No quería que la naranja se viera involucrada en su drama. Estaba profundamente triste pero el inocente cítrico no tenía por qué quedar vinculado o fuera recordado como un elemento más de ese mal momento. Era tarde. Estaba sola. Alguien había tocado timbre pero nadie respondió a la pregunta de ¿quién es? No era miedosa pero el hecho la inquietó. Faltaban pocas horas para volver a la vorágine de la megaciudad. Y él aún no regresaba del campo. Sí, entendía que era época de cosecha y que había que aprovechar el buen tiempo. Pero el simple raciocinio no alcanzaba para mejorar su estado de ánimo. Y eso que era una mujer de herramientas varias. La soledad y qué hacer estando sola, nunca habían sido su problema. Muy por el contrario, compartir mucho y todo el tiempo le resultaba a veces asfixiante. Pero ese atardecer, in eternum y siempre detestable momento del día para ella, había cocinado, leído, mandado un CV, hecho compras y visitado mascotas de vecinos que agradecían las caricias y algún que otro bocado. Ahhhh qué interesante recordar que, según su terapeuta, la ausencia generaba deseos. Muy bien ¿y entonces? No tenía vocación de Penélope y la indignaba la tristeza que le invadía. ¿Por qué querer tanto a alguien? Una estocada al ego. A bancársela. Pero no era lo más fácil de asumir. Y eso que era más que correspondida. Eso sí era irresistiblemente hermoso. Lo que no significaba que la relación quedara fuera de elucubrados y sesudos análisis. Tampoco era cuestión de disfrutar sin más. Demasiada cabeza… Afortunadamente algunas actividades permitían un stop. Para sumarse al combo de esa tarde había leído un cuento de Jhumpa Jahiri. Hubiera sido preferible la olvidable última edición de Paparazzi o símil.
Pero volviendo a lo importante. Ella quería salvar la dignidad de la naranja que se disponía a comer. Y que no quedara esa deliciosa fruta como parte del combo de la tristeza. Se había enterado que esa variedad, la de ombligo, era una mutación que se había producido en un monasterio brasileño alrededor de 1820. Además, estaban la llamada persa o amarga, la dulce -con origen en la India y llevada hacia el Nuevo Mundo por comerciantes portugueses- la valencia, perfecta para jugos y la de sangre, con líneas rojas en su cáscara y muy poco difundida en la geografía americana. La denominación provenía del sánscrito, narang y su nombre científico era citrus sinensis. La amarga y única conocida hasta la Edad Media en Europa, recibía el nombre de citrus aurantium. Miró el reloj una vez más. Siempre había sido ansiosa, impaciente, intolerante. ¡Quién la ha visto y quién la ve!! Ahora el amor la ponía a prueba. Podría decirse que casi había aprendido a comulgar con la filosofía zen y el ommmmm formaba parte de su nuevo diccionario. Mentira. Ni ella ni nadie se lo creerían. Tomó un cuchillo y con todo el tiempo del mundo, peló lentamente la fruta recordando que esa pequeñez de 10 gajos, le iba a aportarle vitamina C, componentes antioxidantes, antitumorales, antiinflamatorios y anticancerígenos. ¿Qué más se le podía pedir a esa maravillosa y simple esfera comestible? Miró el cielo. La luna estaba en todo su esplendor y la noche estrellada y fría. Horario post-cena. Demasiado tarde. ¿Para qué? Para su escasa paciencia. Lavó el cubierto y el plato. Volvió a sentarse y comenzó a revisar la pulcritud de sus uñas. El esmalte era algo oscuro, morado, pero estaba bien para el invierno. Un motor se detuvo en la puerta. Escucha atentamente. Va hacia la mirilla. Detrás de la puerta, anulando espera, ansiedades y tiempos vacíos, toca el timbre él. Abre la puerta sonriente y aliviada. Es su media naranja. ¿Variedad? Ni persa, ni dulce, ni de ombligo, ni valencia o de sangre: hombre.

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