Pasión 4




Dos días. 48 horas. Un par de noches en vela. Insomnio. Ese era el tiempo en que había perdido la paz interior. ¿Con motivos justificados? Preferiría que no. Que el monstruo de la sospecha, de la desconfianza nunca hubiese emergido. Pero ya estaba ahí. Y a expensas de pensamientos tormentosos y de no saber qué hacer ni tampoco qué decir. Se sentía más solo que nunca. El castillo de felicidad se desmoronó. ¿Era de arena, frágil? ¿O nunca existió y vivió en el mundo ilusorio del amor? Se veía a sí mismo mirando por la ventana y su propia imagen se le ocurría patética. Hasta pensó en sumarle un vaso de whisky para hacerlo más trágico. De sólo pensarlo esbozó una sonrisa. Ernesto, el antihéroe. El que saboreaba hasta hace muy poco de una vida, se suponía que ordenada, una hermosa mujer, dos hijos increíbles, una profesión desarrollada a pleno. Podría decirse que disfrutaba de un buen pasar. Frase trillada si las hay. Pero respondía a una realidad. La suya o la que él creía.  ¿Por qué lo fugaz, un instante a veces, puede tener tanta fuerza? Para bien o para mal. Cerró los ojos y rememoró ese momento que irrumpe en su cabeza como una película sin still ni stop, punzantemente doloroso y pareciera, eterno.
La cena había estado fabulosa. La idea de contratar a un chef a domicilio había sido de Eva, su mujer. Maravillosa opción y maravillosas pastas caseras al dente, amasadas por ese experto italiano. El vino inmejorable, probaron con diferentes rosados. Parece que era la nueva tendencia porque maridaban con casi todo. Pasión 4, de la bodega Joffré e hijas. Así se llamaba el que le gustó a ella. Atractivo a la vista, brillante, con aromas elegantes de frambuesas y frutillas, de perfil frutal e imponente y con entrada untuosa y sensual en boca, sin guarda en barricas y ciento por ciento malbec. Ella. Que no sólo era su mujer sino la madre de sus hijos y mucho más. A través de 15 años juntos, ese mucho más significaba que había sido la persona que lo arrebató de una vida de bon vivant en donde disfrutar de los placeres de la vida los trasladaban monótonamente y sin tregua de la euforia al aburrimiento.  Lo que más le gustaba es que, salvo contadas excepciones, nunca se aburría a su lado. Siempre había una veta a descubrir, algo insondable que la hacía por eso mismo, atemporal, deseable y hasta esquiva. ¿Amorosa? A veces.
Habían invitado a cenar a los Erramouspe, a los Lalanne y a su hermano menor, Enzo, escribano y  recién separado. La velada había sido entretenida, charlas no forzadas, nada de política ni religión. Mucho de viajes y proyectos de inversión. Se fueron todos con excepción de Enzo. Estar ya sólo en familia ameritaba otra ronda de café,  sin tanto protocolo. Acompañó a los invitados y se dirigió resuelto a la cocina. Y lo que vio no le gustó. Su hermano y Eva estaban cerca. No pegados ni tan cerca tampoco. Pero hubo algo, indefinible y raro en esa proximidad. ¿Complicidad? Tal vez. Hubo algo que a su ingreso se rompió. Un silencio que pareció eterno. Entonces ella bajó la mirada y subió las escaleras. Enzo se dio vuelta hacia él, estiró la mano, le dio una palmada en el hombro y así se despidió. Ernesto quedó inmóvil, cerca del estante del café. Con la sensación de un mazazo en la cabeza. Y en todo el cuerpo. Así comenzó su calvario. Hacía dos días.
Nunca antes se había introducido en el vestidor de Eva. Siempre había sido respetuoso de su intimidad. Hasta hoy. De puertas blancas y con espejos tenía mil compartimientos. Diseño de un arquitecto amigo. Ropa, calzado, accesorios, perfumes y hasta libros. Libretas. De todo tamaño y colores. Siempre habían sido su debilidad. De todas partes del mundo o de cualquier feria artesanal. Todo era válido. Y válido era que él ese día infringiera lo que había sido hasta entonces un principio ¿moral? No importaba definirlo. Necesitaba saber, encontrar algo aunque no sabía muy bien qué ¿Eva escribía un diario? No lo sabía. Como cónyuge y compañero de la vida nunca se lo había preguntado. Intuía que sí por su obsesión con que nunca le faltaran anotadores. Pero no tenía certeza. ¿Qué pretendía encontrar? Un párrafo que dijera “estoy enamorada de Enzo, mi cuñado”? Demasiado literal y simple para ella. Dos estantes repletos de libretas de todos tamaños y colores ¿Cuál elegir? ¿Al azar? No había nadie en la casa pero eso no bastaba para tranquilizarlo, se sentía observado. Debía apurarse. Tomó la última de la fila, una  forrada con cuero fucsia. ¿De Alemania? No recordaba.  Parecía estar en uso, sobresalía del impecable orden del resto. La abrió por la mitad:

“Domingo: los chicos se fueron. Voy a leer. Regar las rosas. Freezer vacío. ¿Viene hoy? Mañana mamo y eco”.

¿Qué significaba eso?¿Domingo? Pero cuál,  ningún día tenía fecha. ¿Si venía quién? ¿Cuándo se hizo eco y mamografía? Se las hacía una vez al año ¿Era en abril su control anual? Creía recordar que sí ¿O había ido por otra cosa o en otro momento? Había que ir por más:

“Martes: hoy cenamos todos juntos. Lo veo distinto. Me gusta más. Mañana los chicos empiezan hockey. Cine con los Lalanne. Comprarme Revitalift”.

Cada párrafo lo llevaban a más confusión, ¿Quién le gustaba más? ¿Cuándo habían ido al cine con los Lalanne? ¿Hacía un mes? ¿A ver Lincoln? ¿O varios meses atrás? ¿Le gustó alguien durante la cena? El corazón le latía ruidosamente. Se sentía acalorado y agitado a la vez. No podía con su propio cuerpo. Mucho menos con su cabeza. Le temblaban las manos y las piernas. Apenas podía leer. Sólo una más, no soportaba la situación:

“Lunes: es hermoso empezar la semana así. Necesitábamos hablarlo. Service auto. Ernesto viaja”.

Cerró la libreta. La colocó en el mismo lugar. O casi. Salió sigilosamente, evitando cualquier ruido. Como si alguien estuviera durmiendo allí. Es lo que él quería hacer ya hacía más de dos días. Querer y no poder dormir. También saber y no saber. La duda y la certeza. Nada era igual. Lo fugaz, el instante inapropiado, real o imaginario, había estoqueado su vida. ¿Cuándo volvería a descansar? Ninguna lectura ni párrafo robado había sido suficiente para recobrar la paz. Él, siempre tan jactancioso, tan seguro, tan... Estaba más vacío y solo que nunca. Ahora era Ernesto, el antihéroe. Se le ocurrió que alguien podría preguntarle: “¿Algún trago o espirituosa para ahogar las penas?” A lo que él tal vez respondería: “No gracias, sólo una copa de Pasión 4, su rosado preferido”.

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