Engordar con altura



El web check in permitía disponer de unos minutos libres para un café prevuelo. Igual, en una ciudad con tránsito traicionero, lo mejor era estar en Aeroparque y dejar la tentadora pastelería de Macedonio para otro día. Taxi, costanera, camiones con velocidades de fórmula 1 y llegada a destino a salvo.
El hall es un hormiguero, muchos vuelos demorados. El mío, afortunadamente, no.  Buscando una cafetería, mejor cerca de las puertas de embarque, más tiempo para disfrutar de una merienda diferente. Air caffe es el nombre. Casi lleno, los precios caros, era sabido. Es la constante en aeropuertos. Hay dos opciones: café con leche con dos medialunas y un juguito (diminutivo que ya de por sí invita a pensar que será ½ naranja, insumo barato que, evidentemente, se encarece por la acción de exprimirla) o café con leche y un tostado. Voy por la segunda propuesta aunque no me gustan mucho ninguna de las dos. Cualquiera de las opciones, $56. Ahí vino. Pruebo y confirmo mis sospechas. Ni un buen café ni un pan que bien podría ser un aglomerado con fetas tan finas de algo llamado jamón y queso que difieren en sus nombres y colores pero, al paladar, saben a lo mismo: nada. Trato de no enojarme y pensar que al menos estuve bien en darme la oportunidad de dar un voto de confianza a esos lugares. Mala apuesta. Lección aprendida. Me llevo no sé bien para qué dos sobres de edulcorante. ¡Qué gran revancha!
Se embarca por puerta 5 y ahí estoy. El tiempo de vuelo previsto es de una hora veinte minutos. Fila 21, pasillo, al lado de una pareja sub 25. Despegue perfecto y se escucha al comandante de a bordo: “Bienvenidos al vuelo 1519 de Aerolíneas Argentinas, estimamos nuestra llegada al aeropuerto de Córdoba a las 22.20hs. Cuando alcancemos la altura de crucero, brindaremos el servicio de snack.” Ese momento llegó de la mano de un azafato, si existe ese término, con look europeo, pelo rapado rubio, ojos claros, muy delgado con un blazer blanco con líneas muy finas azules, corbata institucional y podría adivinarse, acompañando el conjunto, pantalones chupin. Pero no, son rectos y él es muy chueco. Como le gustaban a mi tía Elsa. Entrega cajas pequeñas, con el logo lateral de Arcor. Las anaranjadas con la foto del cerro de los siete colores, las verdes, las cataratas del Iguazú. Adentro son iguales: un paquete de saladix sabor jamón (133 calorías), un cuadradito de chocolate block (107 calorías) y un alfajor blanco de Bagley (206 calorías). Para tomar, las opciones son Sprite, Coca común o light y Agua mineral. Pido Coca light y me pregunto si los pasajeros estarán conformes con el snack. Pregunto a mi izquierda, a la muy joven pareja:
-Sí me gusta, está bien para un vuelo corto como este. Venimos desde Ushuaia y ahí nos dieron uno igual pero de la marca Balcarce, sólo unas obleas de limón más.
No había pensado en la relación tiempo de vuelo, tamaño de las cajas. Igual seguí indagando si eran felices. Las cajas no ellos que parecían serlo y se habían prodigado no menos de 6 apasionados besos en aproximadamente 30 minutos de aire.
-Pues a mí sí, también me parece bien. El dulce de leche no me gusta mucho pero lo como igual. ¿Y a ti?
Epa! No me esperaba el retruco, soy yo la que preguntaba. Ensayé una respuesta y dije sí, en realidad lo salado no me gusta mucho mientras tenía entre mis manos las saladix diezmadas en un 50%. Agradecí las opiniones de mis dos bellos compañeros de asiento. La joven de impecable sweater de hilo blanco con líneas horizontales negras, pelo castaño recogido con un rodete casual y él de jean y camisa escocesa. Iván y Virgine, cordobés y francesa.
Faltaba un rato para el aterrizaje. Pasan los comisarios de a bordo, recogen vasos y restos varios. Saco del respaldo la revista de Austral y Aerolíneas, “Alta” y descubro en la página 112 que Martiniano Molina promociona una Feria de Productos Orgánicos del 7 al 11 de noviembre en Berazategui. Hermosa nota, hermosa propuesta. Pienso en arrancarla y llevármela para releer en el hotel pero mi superyó me rescata y me atengo a los buenos usos y costumbres. Me asombro de mi misma y prefiero entonces sacar de mi cartera Amei, perdi, fiz espaguete, memorias de boa comida e péssimos namorados” de  Giulia Melucci. Comienza el descenso, cinturones abrochados, mesas trabadas y respaldos rectos. El cinturón ajusta incómodamente. En sólo una hora y 20 minutos de vuelo ingerí 546 calorías. El único movimiento que tuve fue de mandíbula, de manos hojeando la revista de abordo y de ojos observando a mis circunstanciales compañeros de asiento y de pasillo. ¿Cómo evitar que un trayecto tan breve incremente nuestro volumen? ¿Qué determinación se puede tomar ante una pequeña caja que, disfrazada de inocente pack turístico, contiene productos con las mismas o más calorías que una cena? Llegamos. Permanezcan sentados dice la azafata. Todos entran en trance informático y prenden desesperadamente los celulares. Explotan los ringtones. Bajar sólo por puerta delantera. Bajar.  ¿Cómo bajar las calorías de las cajas malditas? No quiero ni cerro de los siete colores ni cataratas. Pasa delante de mí la pareja feliz. Ivan y Virgine. Y recuerdo, además de sus arrumacos y besos, una investigación realizada recientemente sobre las ventajas de besarse. No sólo que se activan múltiples hormonas, se ejercitan músculos faciales sino lo más importante para este caso, se queman entre 17 y 26 calorías por beso. Eso depende de la pasión que se le imprima a cada uno. Santo remedio. Volar y besar. Para quemar las 546 calorías de la maldita caja deberá besar 21 veces y saldrá empatado. El plan y la solución ya están. Sólo debe resolver a quién elegirá para estar en forma en su próximo vuelo. Si ya no viaja acompañado de antemano, sería interesante ver fotos y estado civil de sus próximos y ocasionales compañeros de viaje al momento del web check in. Y ahí decide. Porque tampoco es cuestión de regalar arrumacos sin deseo. ¡Vale la pena recordar que, más allá de lo que nos importe la silueta, a veces es preferible engordar a solas que besar sapos!!

Comentarios

Entradas populares