Budín de limón

En mi casa los objetos desaparecen. Se esfuman. A veces regresan. Muchas veces, no. No siempre son los mismos. Pueden ser aros, pañuelos, zapatos, labiales, dinero, pero la mayoría son artículos. De revistas, diarios, fascículos, bajados de internet, apropiados. Todos son importantes. Están guardados para ser leídos en algún momento. Ese que se imagina como el ideal. En silencio, sin teléfonos sonando, sin quehaceres domésticos pendientes, sin urgencias. Esperando esa situación deliciosa pueden esperar su turno por meses. En la biblioteca, en la mesa de luz, en las repisas. Allá están aguardándome. Pero un día pareciera que se cansan. Y viene la revancha. Entonces se van. Huyen de mi vista. Y sólo si se les canta reaparecen. En el mientras tanto, cuando nos percatamos de su ausencia, justo cuando enfocamos nuestra atención en “ese” texto y no en otro es cuando notamos su falta. Damos vuelta todo. Y pensamos “debería estar ahí”. Y tratamos de entender y de reconstruir la última vez que lo vimos. Su último paradero. Nada puede reemplazarlo. Todo lo demás puede esperar. Es casi como una situación de emergencia nacional. Que se queme la torta en el horno, que las plantas sigan sin ser regadas, se pasó el tiempo de la tintura y quedaremos peladas, no tenemos víveres (especialmente yerba y papel higiénico) y mañana es feriado. No importa. Lo primero es lo primero. Revolvemos cielo y tierra. Y descubrimos que hay tierra debajo de muebles que creíamos haber limpiado bien!!  Pero bueno, las pelusas son imposibles de eliminar. La plaga de toda ama de casa. Que no soy. Y sigue la búsqueda con actitud comando.  Hasta en lugares raros  para un texto como el vanitory, las alacenas o las bandejas de frutas y verduras. Por las dudas que lo hayamos guardado en algún momento de trance. Pero esas opciones ridículas también dan resultados negativos. Y el escepticismo va ganando el espíritu.
Pero sigo porque dicen que la esperanza es lo último que se pierde. El objetivo en esta oportunidad es re-encontrarme con  la receta del  budín de limón. Sí, ESA receta y no cualquiera!! La  que ordena humedecer con almíbar la superficie cuando aún la preparación esté tibia pero ya cocida! Hacía unos pocos meses había estado conmigo. La tuve a mano mientras la preparaba. La había colgado con un broche del ventiluz de la cocina. Nunca las recuerdo de memoria. ¿Y ahora, qué pasaba? Luego de un tiempo de no cocinar –navidad, fin de año, vacaciones, regreso a clases-  algo así como un estado de surmenage me invadía ¿Dónde había quedado el recetario? ¿Ella formaba parte de las que me había legado mi mamá? No estaba segura. En esa caja verde no estaba. ¿Cuál había sido su origen? ¿Una revista, un libro? Ni siquiera recordaba la grafía. La búsqueda era implacable. Seguía y revolvía en los lugares más inverosímiles. Mi marido me decía que no me preocupara, que buscara otra. ¡Otra no! No me importaba que en internet hubiera 2000 o más. Con esa había hecho un budín que le había fascinado a Catalina. Y al sobrino de Vale que detesta los dulces. Y a Martín y a Maitena. No podía engañarlos. Sus paladares esperarían nuevamente experimentar ESE sabor. Y por supuesto, mi memoria nunca retiene ni ingredientes ni proporciones. Con  sólo una excepción. La de la salsa blanca. La que me pasó Simone, la esposa de uno de mis jefes hace tiempo y allá lejos. Pero bueno, son sólo tres componentes: manteca, harina o maicena y leche. Y los agregados que uno quiera. Y salpimentar. Pero volviendo al budín de limón, estaba cada minuto más desesperanzada. No podría revivirlo. Ni yo cocinándolo ni mis amigos saboréandolo. Casi abatida, miré alrededor. Todo revuelto, libros por acá, por allá, diarios, fotocopias, revistas, cuadernos de apuntes. Desistí por un rato. Sólo un rato. Una de las palabras que no soporto es resignación. Entonces 1, 2, 3, respiro hondo y vuelvo a empezar. Por todos los lugares que ya rastrillé. Encima tengo anotadores todo terreno, es decir, para todo lo cotidiano. Y ahí puedo registrar desde una clase de ikebana a cómo degustar la yerba mate o el listado de las compras para el supermercado. Y hojeo y hojeo el actual que es blanco con pintitas negras ¡Qué hermoso cuaderno! Lo cargo a todos lados, me pesa pero es mi compañero de aventuras. Las que registro. Leo cada página, como buscando la fórmula del elixir de la vida. En la primera página, Capote/Walsh, música para camaleones, “El día perfecto para el pez y el plátano”, “Un día perfecto para el pez banana”, Kawabata, la entrevista como género, Coca light en altura crucero y en la página 22 –sí, la del loco- vuelvo a ser feliz. ¡Se hace la luz! Reconozco mi letra despatarrada que escribió Budín de limón. Ahí estaba. Basta de juegos! La receta de MI budín de limón. Y entonces recordé las circunstancias. Cómo me había apropiado de ella. En la peluquería cerca de mi trabajo. Haciéndome los pies. La vi en una revista típica de esos lugares, ¿Caras? ¿Noticias? ¿Hola? No recuerdo ese detalle pero sí que cuando la leí me sedujo, imaginé elaborándola y quise arrancarla y llevármela. Pero mi superyó me frenó. Porque también había otra interesante, la de una torta de zanahorias. Ya arrancar dos páginas era mucho y mucho sería el ruido del papel rasgado. Y no tenía tanta confianza con la pedicura como para exponer mi delito ni tampoco solicitar su complicidad. Entonces recapacité, vi  de reojo que mis uñas estaban quedando bien pintadas, saqué mi cuaderno de ruta, mi lapicera y transcribí como una abnegada notaria. Eso fue en octubre pasado. La misión estaba cumplida y el re-encuentro concretado. Me siento, respiro profundo relajada y agotada a la vez. Todo vuelve a la normalidad. Al menos por un rato. No sé si la receta bendita -y también maldita- había aparecido o yo  la había encontrado. Ya no importaba mucho, podía recrearla cuando quisiera, darle vida y hacer felices a los que disfrutaban de ese cuerpo esponjoso, suave y amarillo, algo ácido. Dulce pero no tanto. Casi como la vida.  

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me gusta!! muy bueno!!!

Entradas populares