Dulce amor


Dulce de leche, emblema argentino. Y disputa con los chilenos sobre quién lo inventó y ambos bandos se adjudican su paternidad. Vamos por la versión que cuenta que nació producto del olvido de una criada de Rosas al dejar sobre el fuego y en demasía, leche y azúcar. Dicho esto, habría que agradecer y hacerle un monolito a esta fémina distraída. Casi como inventar la pólvora pero con fines más hedonísticos y nutricionales. Si la identidad de un país se conforma también de los alimentos, no hay Argentina sin dulce de leche o sin asado. Se podría nombrar algún otro pero me atrevería a decir que son las columna vertebral del consumo cotidiano y también, junto con los alfajores, de los souvenirs for export. Ahora no sólo hay de leche vacuna sino también de cabra y de oveja, con tenor graso superior. Inclusive los provenientes de raza Jersey tienen el doble de las Holando. ¿Pero cómo es la experiencia al comerlo? Se puede untar, usar en postres, tortas, para elaborar helados, acompañar el flan o budín de pan y de última, muchos confiesan que “cucharean” a full su envase. Perdón por la licencia de un verbo inexistente. Algunos tienen su marca favorita a la que siguen como hinchas fanáticos y otros son más flexibles y casi cualquier góndola les queda bien. Es un producto que admite la experimentación incesante y hasta las más ignotas marcas, industriales o artesanales, pueden comprar el corazón de un cliente goloso. No nos meternos con el tema del marketing, de los colores, del envase de vidrio, de plástico y el revival e incomparable cartón de medio o un kilo. Pareciera ser que es un producto inclusivo, posible de ser amado por todos, desde los más exigentes paladares hasta los más flexibles. ¿Es un alimento imprescindible? No, pero está siempre y muy pocas mesas argentinas se privan de él. ¿Por qué lo comemos? Simplemente porque gusta y nos da placer. Casi tan poco premeditado como el amor, la atracción. ¿Cuántas veces tuvimos pareja en donde no pudimos explicar qué vimos, qué encontramos es ese ser tan difícil de describir  y hasta de defender? Pero que nos gustaba hasta el tuétano. La similitud vale la pena. Cuando se está con el cuore libre, se piensa y “cranea” mucho sobre cuál sería el candidato o candidata ideal para arrastrarnos de la soledad: edad, contextura física, profesión, hobbies, etc. Y vamos con esa receta en el cerebro y la realidad generalmente abofetea esas expectativas “cupidísticas”. Porque lo que sucede, sucede sin explicación y lo racional, bien gracias! Eso mismo se aplica al dulce de leche. ¿En qué sentido? Tenemos herramientas para elegir el mejor según los estándares de producción y los cánones que prescribe el Código Alimentario Argentino. Para esto, eso sí, se deberían poder comprar varias marcas, hacer acopio y un día cualquiera, en el que se esté dispuesto a elevar el índice glucémico a la enésima potencia, hacer una cata y ser jueces de todos esos potes que hayamos podido almacenar. Abrimos la tentación hecha alimento -solos o acompañados-, dependiendo del nivel de gula egoísta o puede ser creando un club de golosos para debatir la elección y también compartir gastos y repartir al final de la jornada. Tomamos una planilla y punteamos los tips que nos interesa observar y que son algunos de los indicados en un análisis profesional: brillo, color, superficie, olor, aroma, adherencia (sí, si se te queda pegado en los dientes y por cuánto tiempo), untabilidad (¿rompés la galletita como si fuera repostero o se la banca?), si le sentís sabor a otros ingredientes agregados, si el retrogusto final es agradable? Bueno, esto uno por uno. Obviamente con algunos productos limpiadores de boca para no terminar repugnado y sin posibilidad de identificar el primero del último! Toda esta ceremonia para decir y enunciar: “and de winner is…”. Y listo. Es como conocer a alguien y hacerle un apto médico. Muy bien la ficha, aprobó el test. Pero falta eso otro inexplicable. Tal vez se pueda abrir el frasco del mejor dulce pero no te conmueve. Si la emoción y el deseo están ausentes, no hay marketing ni publicidad que sirva. Lo mismo que en el amor. 

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